Un estudio de las finanzas islámicas

 

Hay libros en los que conviene aclarar de antemano qué es lo que no son, porque las falsas expectativas son frustrantes. Y Heaven's bankers no es un estudio sobre la financiación del terrorismo islámico, sino un ensayo esclarecedor y riguroso sobre cómo funciona la banca islámica, la única en el mundo donde el poder económico y el religioso se funden en un fenómeno de enorme interés.

 

 

Las finanzas islámicas mueven billones de dólares y juegan un papel cada vez más determinante en la economía global. Pero, ¿qué conoce el mundo occidental de los dictados de esta cultura? Poco y mal. A lo sumo, se sabe que el islam prohibe la usura (ribá), el cobro de intereses. También establece algunas prohibiciones directas, como invertir en negocios relacionados con el alcohol o el juego.

 

El tema, por desconocido para la mayoría de nosotros -escondido como se dice en el subtítulo- es apasionante... y muy especializado. Por eso, conviene dedicar unas líneas al autor. Harris Irfan ha trabajado más de 20 años en banca de inversión en Londres y en Oriente Medio. Fue cofundador del equipo especializado en finanzas islámicas del Deutsche Bank y después pasó a Barclays, donde también fue jefe de este departamento. Nació en Inglaterra, en 1972, de padres paquistaníes, y estudió en Oxford. Es fundador de Cordoba Capital, un servicio de asesoría financiera islámica. Cuando la CNN, Bloomberg o Financial Times necesitan consultar a un experto en este tema llaman a Irfan, un referente en el mundo anglosajón.

 

Su libro aborda la historia del sistema financiero islámico, el contexto para analizar cómo funciona la banca islámica en este momento. Y plantea la gran pregunta: ¿puede aportar algo este modo de entender las finanzas a la banca global?

 

La 'ribá' prohíbe la usura, el interés; un beneficio que se logra sin esfuerzo no es acorde a la 'sharia'

 

La idea de crear un sistema de finanzas islámico no es nueva. Mahoma, que en sus años jóvenes trabajó como mercader en la ruta de caravanas entre Damasco y La Meca, ya dio instrucciones al respecto en el siglo VII.

 

En materia económica, la sharia, el conjunto de leyes islámicas, mantiene cuatro prohibiciones. Una, la más conocida, es la ribá, que prohíbe el interés. Todo lo que sea un beneficio logrado sin esfuerzo no sirve. De ahí surgen los contratos participativos, donde banco y cliente asumen riesgos y comparten beneficios o pérdidas en proyectos concretos.

 

También está prohibida la especulación, beneficiarse de la diferencia de los precios en el corto plazo. Especular es una práctica financiera que no tiene que ver con la economía real. Ante esta prohibición, hay que buscar activos tangibles, que beneficien la economía real de la sociedad.

 

Nada de letra pequeña

La sharia también prohíbe el gharar, la ambigüedad. Esto significa que en un contrato ambas partes deben tener muy claro lo que firman, o qué producto contratan. La intención es protegerse de la letra pequeña. Un caso como el de las hipotecas subprime no hubiera sido (en teoría) posible.

 

Tampoco hay que perder de vista que no se pueden financiar actividades contra la ley islámica: nada de invertir en la industria del alcohol, de los productos porcinos, los juegos de azar o todo lo que rodea la industria de la pornografía.

 

Éstas son los grandes principios en los que se sustentan las finanzas islámicas, que el autor desarrolla en profundidad. Pero, si el dinero no puede generar dinero, ¿cómo podemos hablar de banca islámica?

 

 

Sala de operaciones de la Bolsa de Dubái, una de las que tienen más movimiento en los países del Golfo Pérsico.

 

Harris Irfan explica que, a partir de los años 60 del siglo XX, se produjo una convergencia entre clérigos, banqueros y abogados que intentan conciliar esos principios básicos del islam con las finanzas convencionales para que los musulmanes empezaran a acceder a los mismos productos financieros que el resto del mundo. Se trataba de desarrollar alternativas al capitalismo y al socialismo, un sistema económico sustentado en los principios islámicos.

 

Justicia social

Limitar la incertidumbre y promover la justicia social son las bases teóricas de la economía islámica aplicada, que empieza en la década de 1950 en Malasia y en algunas zonas rurales del Bajo Egipto. Los primeros bancos islámicos surgen en 1973. Egipto, India, Irán, Malasia y Pakistán viven el auge de estas entidades. Se ofrecen fondos de inversión, cuentas de ahorro, cambio de divisas o créditos no usurarios con el apellido islámico. Quien sentó las bases fue el Islamic Development Bank, fundado en 1975, en el que participaron 44 países. La entidad impulsó una política financiera basada en la interpretación islámica de las posibilidades del flujo de capitales.

 

El principio económico basado en la justicia empezó a dar un giro. La falta de una legislación específica permitió a los bancos islámicos escapar de los controles bancarios propios de cada Estado. Y aparecieron en escena gigantes como Deutsche Bank, Goldman Sachs, HSBC... Había negocio en la gran comunidad musulmana, pero era preciso adaptar los productos financieros a los preceptos de la religión.

 

Así fue cómo las entidades occidentales contrataron a expertos religiosos con salarios astronómicos para que les ayudaran a diseñar productos financieros compatibles con la sharia, que no resultaran pecaminosos a ojos musulmanes.

 

En el libro, una fascinante puerta a un mundo desconocido para Occidente, Irfan narra de forma eficaz su experiencia y esa operación de maquillaje de las finanzas islámicas.

 

Entidades como Deutsche Bank empezaron a adaptar productos financieros a los preceptos del islam

 

Para el autor, esas instituciones y particulares deseosos de encontrar productos financieros piadosos han sido víctimas de un abuso de confianza. Lo que reivindica es recuperar la economía islámica ética, el ideal de los primeros tiempos: evitar las prácticas abusivas y proponer instrumentos económicos no especulativos, que beneficien al conjunto de la sociedad. La deuda se limitaría a favor de la inversión, y el capital se implicaría mucho más en la economía real, y no en las labores de ingeniería financiera.

 

En el libro se exponen algunos de esos instrumentos shariafriendly, como los contratos participativos. En el llamado mudaraba, los beneficios de la actividad que se financia se reparten según un porcentajeestipulado fijo entre quien suministra el capital y quien aporta la idea, el trabajo o laexperiencia.

 

Economía real

Hacia el final del libro, se expone que la mayor parte de los productos financieros que circulan hoy cumplen la letra de la sharia, pero han perdido el espíritu original. Recuperarlo sería, según el autor, la mejor aportación a la comunidad musulmana -umma- de esos banqueros del paraíso que han financiado a gobiernos y personas ricas que aparentemente cumplían los requisitos religiosos en vez de centrarse en la economía real, la de las pequeñas y medianas empresas, la de los clientes normales. "De esta forma, se ofrecería algo beneficioso para todos, independientemente de su credo". Esto, según Irfam, estaría mucho más acorde con el mandato original de riesgo compartido.

 

La vuelta a ese espíritu ayudaría, de paso, a recomponer el buen nombre de un sistema financiero que ha quedado en entredicho en los últimos años, afectado, de rebote, por la ola de radicalismo islamista.

 

Los países occidentales no son ajenos a este potencial. Gran Bretaña está a la cabeza con sus bonos islámicos. Luxemburgo, Sudáfrica y Hong Kong no se quedan atrás en la oferta de productos devotos.

 

En el libro, en el que Irfan, admite su culpa, subyace ese deseo de regreso a los orígenes. El autor no olvida que cuando Europa estaba sumida en la oscura Edad Media, el mundo islámico vivía un momento de plenitud científica, literaria y filosófica. Y que los estudiosos islámicos en Bagdad y en Córdoba desarrollaron leyes para fomentar el espíritu empresarial a lo largo de la Ruta de la Seda y en el sur de Europa.

 

Las raíces del capitalismo moderno, dice, empiezan a afianzarse ahí, aunque ahora todo eso se pase por alto, y aquel mandato de protección al débil haya caído en el olvido.

 

Rss Esp

<

 

Volver